La frontera de Nogales, situada entre Sonora y Arizona, es uno de los puntos más emblemáticos para entender la evolución de las divisiones fronterizas entre México y Estados Unidos. A finales del siglo XIX, la frontera en esta región era poco más que una noción geográfica: un trazo en los mapas y una serie de hitos de hierro colocados tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) y la Venta de La Mesilla (Compra de Gadsden) en 1853.
Las dos Nogales funcionaban por entonces casi como una sola comunidad, unidas por el intercambio comercial y social. Las familias cruzaban sin mayores restricciones, los negocios se mezclaban y la vida diaria fluía sin que la línea divisoria representara una barrera real.
El cambio comenzó a hacerse evidente a inicios del siglo XX. Con el aumento del comercio internacional y la Revolución Mexicana, las autoridades estadounidenses reforzaron la presencia militar y aduanera. El punto de inflexión se produjo en 1918 con la llamada Batalla de Nogales, un enfrentamiento armado provocado por tensiones fronterizas y controles más estrictos. Tras este episodio, ambos gobiernos acordaron la construcción de la primera valla física, consistente en una modesta cerca de alambre que marcó el inicio de la división material entre ambas ciudades.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la frontera evolucionó al ritmo de fenómenos como la industrialización, especialmente con el Programa Bracero, que permitía la entrada temporal de trabajadores mexicanos y que incrementó considerablemente la migración hacia Estados Unidos. La seguridad fronteriza se volvió así una prioridad para Washington, sobre todo a partir de los años 90. Operaciones como "Hold the Line" y "Gatekeeper" impulsaron la construcción de barreras más sólidas y la presencia constante de las patrullas en la frontera.
En el siglo XXI la frontera ha evolucionado hacia una estructura de control mucho más sofisticada. Hoy incluye muros de acero, sensores, cámaras, drones y una presencia constante de patrullas fronterizas. A pesar de ello, Nogales conserva una identidad binacional profunda. Sus dos ciudades comparten historia, economía, cultura y lazos familiares que han resistido todas las transformaciones de la frontera. La línea, que una vez fue apenas simbólica, es ahora una de las más vigiladas del mundo, pero sigue siendo también un punto de encuentro donde se refleja la compleja relación entre México y Estados Unidos.










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