Tras la ejecución, la prensa recpgió indignada el comportamiento de la multitud que retrasó la ejecución más de un hora y donde no faltaron gritos, empujones y silbidos.
La conducta histérica de los espectadores fue tan escandalosa que el presidente francés Albert Lebrun prohibió todas las ejecuciones públicas ya que lejos de servir como elemento disuasorio se mostró que las ejecuciones públicas promovían los instintos más bajos de la naturaleza humana.
Fuente: The last public execution by guillotine
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