En la década de 1970 tuvo lugar uno de los episodios más singulares de la historia moderna de la egiptología, cuando el faraón Ramsés II, fallecido hacía más de tres mil años, recibió un pasaporte oficial para poder viajar fuera de Egipto. El motivo fue estrictamente científico. La momia del faraón presentaba un avanzado deterioro causado por hongos y microorganismos, y el gobierno egipcio decidió trasladarla a París para someterla a un exhaustivo proceso de conservación y estudio.
Para cumplir con la legislación internacional vigente, especialmente en materia de control fronterizo y transporte de restos humanos, las autoridades egipcias emitieron un pasaporte diplomático a nombre de Ramsés II. En el documento figuraba su fotografía (la de su momia), su nacionalidad egipcia y una profesión tan precisa como inusual: "Rey (fallecido)". Lejos de tratarse de una anécdota burocrática sin importancia, este gesto subrayó el enorme valor simbólico y patrimonial que Egipto otorgaba a uno de sus gobernantes más célebres.
A su llegada a Francia en 1976, la momia fue recibida con honores militares, como correspondería a un jefe de Estado, en una ceremonia que reflejaba tanto el respeto histórico como el carácter excepcional del traslado. Durante varios meses, un equipo de especialistas franceses analizó el cuerpo, confirmó detalles sobre su estado de salud, su avanzada edad al morir y aplicó tratamientos que permitieron frenar su deterioro.




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