Poco antes de la Conferencia de Potsdam con el líder soviético Joseph Stalin en julio de 1945, el presidente estadounidense Harry Truman y el primer ministro británico Winston Churchill recorrieron por separado la cercana capital alemana. Vestido con uniforme militar y acompañado por varios oficiales militares británicos y su hija Mary, Churchill visitó también la Cancillería del Reich, que había sido la residencia, la oficina y el búnker de Hitler.
Tras recorrer una Berlín en ruinas, Churchill y su séquito entraron en la Cancillería, recorriendo los pasillos y habitaciones sobre los montones de escombros y basura que llenaban en ese momento el interior del edificio. Los guías rusos llevaron a Churchill al refugio antiaéreo de Hitler, en un paseo nada sencillo debido a los resbaladizos escalones por el agua estancada. Al salir del refugio de hormigón accedieron al Jardín de la Cancillería, en el suelo se podían ver aún varios cráteres causados por las bombas. Fue en uno de esos cráteres donde Hitler y su esposa Eva Braun fueron supuestamente enterrados después de que los oficiales nazis quemaran sus cadáveres, como así les indicaron los rusos que les acompañaban.
Agotado por la visita y la difícil caminata por el búnker, Churchill se sintió cansado, y decidió sentarse en los restos de una silla que había en la entrada del refugio. Un simple gesto que dejó por casualidad una potente e histórica imagen sobre la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, ya que la destartalada silla que había elegido Churchill para sentarse era nada menos que la silla que Adolf Hitler utilizaba en la Cancillería.
Al parecer Churchill no le dio demasiada importancia al hecho cuando los rusos le comunicaron que se estaba sentando en la silla del propio Adolf Hitler. El primer ministro británico simplemente descansó unos instantes y se levantó para esperar a que el resto de comitiva saliera de la Cancillería para continuar con la visita.
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El piloto que aterrizó borracho en las calles de Nueva York en los años 50 para ganar una apuesta
El alcohol es una potente droga psicoactiva que puede causar a largo plazo graves daños en el organismo, sin embargo también puede tener efectos beneficiosos si se consume con moderación.
La sensación de euforia es uno de los efectos más conocidos del consumo del alcohol, y por ello no es extraño que detrás de algunas noticias y situaciones surrealistas esté alguien que se ha tomado unas cuantas copas de más.
Uno de los mejores ejemplos lo protagonizó en los años 50 un hombre llamado Thomas Fitzpatrick, quien se apostó que era capaz de aterrizar una avioneta en las calles de Nueva York, y aparcar justo en la puerta del bar donde se encontraba bebiendo.
El 30 de septiembre de 1956, Thomas Fitzpatrick, residente de Nueva Jersey, estaba tomando unos tragos con unos amigos en un bar de Washington Heights (Manhattan), cuando alguien le apostó que no era capaz de llegar desde Nueva Jersey hasta Washington Heights en menos de 15 minutos.
Cuando Thomas estaba de regreso a su casa de madrugada, en el camino hizo una parada en la Escuela de Aeronáutica de Teterboro, donde robó una pequeña avioneta. Thomas Fitzpatrick era un experimentado piloto que había sido condecorado por las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos con el Corazón Púrpura durante la Guerra de Corea, y envalentonado por la cerveza pilotó la avioneta hasta la ciudad de Nueva York.
Ante el asombro de unos pocos ciudadanos que había esas horas por las calles, pero ganando así su apuesta, Thomas Fitzpatrick realizó un aterrizaje perfecto en St. Nicholas Avenue cerca de la calle 191, dejando el avión parado justo en frente del bar donde había realizado la apuesta unas horas antes.
En lugar de ser considerado un peligro público, algunos medios como el New York Time alabaron su impresionante aterrizaje, llegando a calificarlo como una "hazaña de la aeronáutica". Para la opinión pública se trató también de una anécdota simpática, e incluso el dueño del avión robado se negó a presentar cargos, recibiendo como pena finalmente una multa de cien dólares.
Curiosamente, dos años después Thomas Fitzpatrick volvió a repetir la hazaña. Nuevamente borracho, un cliente del bar en el que estaba bebiendo dijo no creerse la historia, y Thomas volvió a robar esa misma noche otra avioneta del mismo aeródromo, aterrizando nuevamente en las calles de Nueva York de madrugada. En este caso la sentencia fue de seis meses de prisión, siendo la última vez que se le ocurrió hacerlo.
La sensación de euforia es uno de los efectos más conocidos del consumo del alcohol, y por ello no es extraño que detrás de algunas noticias y situaciones surrealistas esté alguien que se ha tomado unas cuantas copas de más.
Uno de los mejores ejemplos lo protagonizó en los años 50 un hombre llamado Thomas Fitzpatrick, quien se apostó que era capaz de aterrizar una avioneta en las calles de Nueva York, y aparcar justo en la puerta del bar donde se encontraba bebiendo.
El 30 de septiembre de 1956, Thomas Fitzpatrick, residente de Nueva Jersey, estaba tomando unos tragos con unos amigos en un bar de Washington Heights (Manhattan), cuando alguien le apostó que no era capaz de llegar desde Nueva Jersey hasta Washington Heights en menos de 15 minutos.
Cuando Thomas estaba de regreso a su casa de madrugada, en el camino hizo una parada en la Escuela de Aeronáutica de Teterboro, donde robó una pequeña avioneta. Thomas Fitzpatrick era un experimentado piloto que había sido condecorado por las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos con el Corazón Púrpura durante la Guerra de Corea, y envalentonado por la cerveza pilotó la avioneta hasta la ciudad de Nueva York.
Ante el asombro de unos pocos ciudadanos que había esas horas por las calles, pero ganando así su apuesta, Thomas Fitzpatrick realizó un aterrizaje perfecto en St. Nicholas Avenue cerca de la calle 191, dejando el avión parado justo en frente del bar donde había realizado la apuesta unas horas antes.
En lugar de ser considerado un peligro público, algunos medios como el New York Time alabaron su impresionante aterrizaje, llegando a calificarlo como una "hazaña de la aeronáutica". Para la opinión pública se trató también de una anécdota simpática, e incluso el dueño del avión robado se negó a presentar cargos, recibiendo como pena finalmente una multa de cien dólares.
Curiosamente, dos años después Thomas Fitzpatrick volvió a repetir la hazaña. Nuevamente borracho, un cliente del bar en el que estaba bebiendo dijo no creerse la historia, y Thomas volvió a robar esa misma noche otra avioneta del mismo aeródromo, aterrizando nuevamente en las calles de Nueva York de madrugada. En este caso la sentencia fue de seis meses de prisión, siendo la última vez que se le ocurrió hacerlo.
Curiosas formas de prevenir enfermedades infecciosas durante el siglo XX
A principios del siglo XX, determinadas enfermedades infecciosas como el tifus, la tuberculosis, la polio o la gripe estaban muy extendidas. Los conocimientos sobre estas enfermedades eran aún limitados, y tanto los médicos como la propia población, tenían que utilizar en ocasiones medios muy rudimentarios para controlar estos brotes.
Aquí podemos ver en imágenes varios métodos e ideas que se utilizaron durante el siglo XX para intentar prevenir algunas enfermedades, entra los que encontramos varios que se demostraron efectivos con el paso del tiempo, mientras que otros son tan curiosos como originales.
Aquí podemos ver en imágenes varios métodos e ideas que se utilizaron durante el siglo XX para intentar prevenir algunas enfermedades, entra los que encontramos varios que se demostraron efectivos con el paso del tiempo, mientras que otros son tan curiosos como originales.
Una madre colocando a su hijo infectado con la polio, al lado de la ventana para que tome aire fresco, junto a una señal de advertencia para el resto de la comunidad (1900).
Un paciente con fiebre amarilla descansa dentro de una jaula portátil de aislamiento durante la construcción del Canal de Panamá (1910).
Un médico del departamento de salud de la ciudad de Nueva York examina a un grupo de niños inmigrantes a su llegada de Ellis Island durante la epidemia de tifus en 1911.
Soldados británicos drenando las marismas en el frente de Salónica durante la Primera Guerra Mundial, para prevenir la malaria (1917).
Un grupo de niños usando bolsas de alcanfor alrededor de sus cuellos con la esperanza de escapar de la gripe, 1917.
Una paciente usando una máscara durante la epidemia de gripe española de 1918
Jugadores de béisbol utilizando máscaras en un partido durante la pandemia de gripe española (1918)
Un hombre rociando un autobús de Londres con un spray contra la gripe, 1920.
Una fila de niños esperando la distribución de vacunas contra la gripe en Londres, 1922.
Dos mujeres colocando una mosquitera sobre un bebé para protegerlo de la malaria, 1926.
El profesor Bordier de la Universidad de Lyon (Francia) haciendo una demostración de su nuevo invento, que según afirmaba era capaz de curar los resfriados en pocos minutos, 1928.
Una pareja paseando con máscaras por Londres para evitar contagiarse de la gripe (1930)
Un grupo de marineros británicos haciendo gárgaras en formación para prevenir la gripe (1933).
Un niño con el cartel "por favor no me beses", un curioso método que comenzaron a utilizar muchas madres de Estados Unidos para prevenir la gripe en los niños a principios de los años 30.
Dos actrices rocían sus gargantas con un antiséptico como medida de precaución contra la gripe, 1937.
La actriz Molly Lamont recibiendo su ración de en los Estudios Elstree de Londres en 1940.